El antiautoritarismo en Bertrand Russell: un escepticismo con proyección social

Álvaro Martínez Majado.
Alejandro Santervás Delgado.

Abstract

Atendiendo a distintos conceptos relacionados con la desobediencia civil en particular, y con el conjunto de actuaciones de Bertrand Russell en el campo de la filosfiía política en general, se sostiene que hay una actitud antiautoritaria muy presente y muy importante en el pensamiento político de este autor.

Antimilitarisme
Foto de jimbowen0306 / Jim Bowen

Introducción

El propósito de las reflexiones subsiguientes es establecer hasta qué punto los elementos de que que podríamos entender antiautoritarismo están presentes en el pensamienro de Bertrand Russell y, en el caso de que los haya, de qué modo concreto se configuran o se ven limitados por otros en los postulados y las propuestas de actuación del autor.

Contexto

No es posible ahondar en lo que hay de antiautoritarismo en Bertrand Russell sin antes poner negro sobre blanco, en la medida de lo posible, algunos conceptos que están estrechamente relacionados con una manera particular de entender el hecho político. Probablemente la misma inquietud que hace que Russell atienda con dedicación a los asuntos lógicos y matemáticos es la que le empuja en sus reflexiones morales: es el escepticismo y no otra actitud la que lleva a Rassell a dudar de los dogmatismos (cabría decir: a dudar. Y punto). Por de pronto, eso lleva a dos conseqüencias: que el castillo de naipes del dogma queda, claro está, demolido de un modo casi irreparable, por un lado; y, por otro lado, que el punto de vista desde el que se reflexiona se traslada, en última instancia, al individuo.

De lo último da buena cuenta el escepticismo cartesiano, que lleva la duda metódica a tal extremo que cae en el solipsismo: tan asociados están escepticismo e individuo (individuo que duda) que, llevados a esa situación extrema, casi se identifican. Cabe recordar no obstante que, en Russell, el escepticismo es científico, no filosófico: no hay desconfianza en el conocimiento objetivo y universal, al contrario; ni siquiera hay duda metódica propiamente dicha, en un sentido estrictamente cartesiano. Lo que sí hay es «la sana actitud que hace rodar con suavidad el progreso de la ciencia, invitándonos a cuestionar continuamente las bases de las disciplinas que nos dieron la supremacía sobre el planeta»1, según una definición de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico.

Esta misma institución rechaza (de forma vehemente, de hecho) asociar tal actitud, de manera directa y necesaria, a un programa político determinado2, pero ello no conlleva que entre el escepticismo y un modo determinado de entender la política no haya relación alguna. Sin duda, la hay, puesto que situa a quien reflexiona en un punto de partida determinado.

Puestos a no aceptar ninguna verdad de partida, sino tras haberla puesto a prueba con suficientes contraejemplos, qué menos que proceder de un modo similar en cuánto a los asuntos comunes, esto es, la política: «El mundo se ha convertido en la víctima de credos políticos dogmáticos, de los cuales, en nuestro tiempo, los más poderosos son el capitalismo y el comunismo. Yo no creo que, en una forma dogmática y rotunda, ninguno de los dos ofrezca un remedio para los males previsibles.»3

Antiautoritarismo

Hablando con propiedad sobre de qué modo particular concibe Betrand Russell el antiautoritarismo, más bien habría que delimitar cómo entiende los significados de «poder» y «autoridad». Si se aglutinan estos dos conceptos bajo el título de «antiautoritarismo» es porque, sin lugar a dudas, Bertrand Russell entra en tal terreno al cuestionar el poder coetáneo en su esencia y proponer modos alternativos de ejercer la autoridad, más respetuosos con la libertad, al parecer de nuestro filósofo, que los entonces vigentes.

Es posible ver un ejemplo paradigmático de su preocupación por el ejercicio del poder en el extracto que sigue:

“El Estado” es una abstracción; no siente ni placer ni dolor, no tiene ni esperanzas ni temores, y lo que consideramos sus propósitos no son, en realidad, sino los propósitos de los individuos que lo dirigen. Si en lugar de pensar en abstracto pensamos concretamente, en lugar de “el Estado”, veremos a determinados individuos que disfrutan de más poder del que corresponde por lo general a la mayoría de los hombres. Así que la glorificación de “el Estado” viene a ser, en realidad, la glorificación de una minoría gobernante.4

No cabe duda de que, probablemente con buen tino, lo primero que viene a la cabeza de muchas personas, al oir «poder», es la palabra «Estado». Y parece claro que puede deducirse de estas palabras una hostilidad, por parte de Russell, hacia el poder. Estaríamos en lo cierto si sostuviéramos tal hipótesis, siempre que tuviésemos claro que se ataca a una forma determinada de ejercer el poder, no al hecho en sí de la existencia de las relaciones de poder puesto que son inevitables (por un doble motivo: por pesimismo biológico5 y por razones psicológicas, respectivamente):

Yo supongo que los impulsos originales, de los que derivan las ansias de poder que sienten algunos, se produjeron en tiempos muy primitivos propensos a la hambruna ocasional, cuando alguien quería asegurarse de que si los suministros de alimentos escaseaban, no fuese él quien tuviese que apretarse el cinturón. Y ello exigía poder.6

Creo que quizás la esencia de la cuestión se encierra en la frase de los indios americanos que he citado hace un momento, en la que se expresa añoranza de la antigua vida porque “en ella había gloria”. Toda persona enérgica necesita algo que pueda considerarse “gloria”.7

Una vez aceptado esto, no queda más remedio que considerar que hay modos adecuados de ejercer el poder, es decir, buenos o positivos desde el punto de vista ético, y modos malos de hacerlo. Entre estos últimos está el modo vigente en cualquiera de los dos grandes bloques, tanto en el capitalista como en el comunista: «Durante siglos los reformadores lucharon contra el poder de los reyes, entablando después la lucha contra el poder de los capitalistas. Su victoria en esta segunda lucha será estéril si únicamente consiguen reemplazar el poder de los capitalistas por el poder de los funcionarios.»

En un mundo polarizado, cabe preguntarse entonces si, en efecto, existe modo alguno de ejercer el poder, siendo así que las dos grandes alternativas han quedado descartadas. Russell es optimista en este sentido, pero de sus reflexiones se destila que hay elementos que favorecen el buen ejercicio del poder, así como hay otros que lo dificultan.

Entre tales elementos, están el que haya la posibilidad efectiva de control radicalmente democrático8, para lo cual lo óptimo es que las organizaciones sean pequeñas y autónomas, de modo que, además, se logra atomizar el poder; que se permita participar a quien se sienta impulsado a ello, para evitar lo que sucede en los sistemas que reprimen y prohiben, que es que «las personas enérgicas se encuentran reducidas a la desesperación»9 al ver que no logran incidir; y, por último, que se respete la iniciativa privada, dado que «casi todos los adelantos artísticos, morales e intelectuales, se deben a esa clase de individuos, que constituyen un factor decisivo en la transición de la barbarie a la civilización»10. Es necesario, eso sí, que haya un control social, porque «la misma iniciativa individual que puede producir a un valioso innovador puede también producir a un criminal»11.

En conclusión, hay un componente antiautoritario claro en Russell en la medida en la que desconfía del poder en grandes estructuras (como pudiera ser un estado), independientemente de quien gestione ese poder. Pero este autoritarismo no niega el poder, sino que en base a la observación considera el ansia de poder algo consustancial a la naturaleza humana («es natural que los hombres enérgicos amen el poder»12, afirma), más allá de que luego se presente desmedida en ciertos individuos, inhábiles por lo tanto para un ejercicio ético del poder: «Los actuales poseedores del poder son hombres malos, y el actual modo de vida está sentenciado a muerte»13.

Por lo que respecta a la autoridad, de forma en cierto modo análoga a lo que sucede con el poder, se ejerce de acuerdo con la ética o no dependiendo de como se haya obtenido. Y, dando de nuevo indicios de la importancia del antiautoritarismo, Russell está convencido de que puede tratarse de algo muy problemático si no se ejerce desde la ética, algo ante lo que el individuo puede poner su dignidad por delante, a modo de escudo. De hecho, debe hacerlo, y es motivo de gloria y ejemplo de heroïcidad tal modo de actuar:

Sócrates fue ejecutado por la autoridad, pero permaneció perfectamente sereno en sus últimos momentos porque había realizado su obra. Si lo hubieran abrumado con honores, pero sin permitirle realizar su obra, habría sufrido una pena mucho mayor.

Nos encontramos de nuevo ante una bifurcación: aceptada la existencia de relaciones de autoridad, solo cabe confiar en que estas puedan desarrollarse éticamente o en contra de la ética.

Esto segundo sucede cuando la autoridad no es legítima, no se ha obtenido por métodos legítimos como la radicalidad democrática. En su libro Teoria y práctica del Bolchevismo Russell expone cómo los procedimientos que deberían garantecer la legitimidad democrática en la Rusia soviética no hacen realmente tal cosa:

Antes de ir a Rusia yo imaginaba que iba a presenciar un interesante experimento de una nueva forma de gobierno representativo. Vi, en efecto, un intresante experimento, pero no de gobierno representativo. Todo el que esté interesado en el bolchevismo sabe de la serie de elecciones, desde la reunión aldeana hasta el Soviet de todas las Rusias, de las que se supone que derivan su poder los comisarios del pueblo. Se nos ha dicho que, mediante la deposición de funcionarios públicos por votación popular, los grupos de votantes formados por vínculos profesionales, etc., se había encontrado un mecanismo mucho más perfecto para averiguar y registrar la voluntad popular. (…) Ningún sistema concebible de libre elección podría proporcionar mayoría a los comunistas, ni en la ciudad ni en el campo. En consecuencia, se han adoptado diversos métodos para dar la victoria a los candidatos del gobierno.14

Una vez más, el problema está en saber si existe, descartadas las opciones comunista y capitalista, un modo acorde con la ética de ostentar la autoridad. Está claro, a juicio de Russell: «Lo que hace falta es una democracia local en pequeña escala en todos los asuntos internos; los jefes y administradores deberían ser elegidos por aquellos sobre los que han de ejercer autoridad.»15 Salvando las distancias, pone el caso de la Grecia clásica como modelo, en lo que tiene de democracia directa (no por lo que respecta a la exclusión de ciertas personas de la posibilidad de sufragio, claro está). Se trata, pues, de una democracia radical, favorecida por un demos relativamente pequeño y facilmente delimitable como paradigma, muy en la línea de la solución propuesta a los problemas éticos comentados al hablar de poder.

Desobediencia civil

No nos debe sorprender que alguien para el que el paradigma de democracia es una decisión tomada, sin intermediarios, en el seno de una agregación de individuos, tenga muy en cuenta, y muy en consideración, la desobediencia civil:

Si tengo una convicción profunda de conciencia de que debo obrar de una manera condenada por la autoridad gubernamental, mi deber será obrar de acuerdo con mi convicción. Y, recíprocamente, la sociedad debería concederme la libertad necesaria para poder seguir mis convicciones salvo cuando existan razones muy poderosas para impedírmelo.16

Para la preocupación que se destila de el extracto anterior hay pocas expresiones más acertadas que «desobediencia civil». La primera parte del término alude a que la acción realizada consiste en un desafío del individuo a la autoridad establecida. Es la segunda parte la que matiza y aporta más datos: civil remite a cives, ciudadano, y a lo público en contraste con lo privado, porque se trata de algo que solo tiene sentido si se hace con publicidad. Además, aleja el concepto de lo militar, acercándolo, pues, por contraposición, a la no-violencia17.
Una acción pública, no violenta, a menudo colectiva y que desafía la ley. Es el único reducto ético que le queda al individuo para protegerse de una autoridad que le encorseta. Para Russell no hay tal cosa como una supeditación de la legitimidad a la legalidad: no puede aceptarse, desde la filosofía moral, un axioma como «es legítimo porque es legal». Muy al contrario, algo es legítimo solo si es profundamente ético, independientemente de lo que diga la ley al respecto.

Ello no debe entenderse, de ningún modo, como una invitación con carácter general a desobedecer el conjunto de leyes establecidas. Hay en Russell, es cierto, una confianza profunda en el individuo, en su capacidad y en su valor como tal: «Todos los avances de la historia humana, desde tiempos inmemoriales, son debidos a individuos la mayoría de los cuales hubieron de enfrentarse con una virulenta oposición pública»18. Pero ello no se traduce en una suerte de anarquismo individualista o, dicho de otro modo, ello no significa que la intervención de la sociedad hacia el individuo sea, siempre y de modo universal, contrario a la ética. Al contrario: «Yo creo que la preservación de orden social es algo esencial. Habría que conseguir, si fuera posible, un mundo en el que nadie robara, ni nos matáramos los unos a los otros, y así sucesivamente; cosa que conseguimos, en parte, mediante la policía. Creo que este tipo de limitaciones de la libertad son completamente necesarias, especialmente, en una comunidad con mucha población»19.

Debe entenderse, sin embargo, como un derecho (reconocido o no) profundamente digno; o, por mejor decir, como un deber profundamente ético: «cuando sienten imperiosamente un impulso, comprenden que no pueden obedecer a la autoridad si ésta ordena lo contrario de lo que ellos sinceramente creen que es bueno.»20 El importante componente antiautoritario que lleva a alguien a proponer acciones de esta naturaleza es claro y evidente: se trata de un desafío frontal a la autoridad.

Resistencia noviolenta

Convocados por el «Comité de los 100» que presidía Russell, fueron muchos quienes en 1961 se sentaron en la vía pública bloqueando las puertas del Ministrio británico de Defensa. De ello da buena cuenta una documentada aunque descaradamente sesgada crónica publicada por el diario La Vanguardia21, que llegó de manos del corresponsal a la Redacción a través de teletipo.
En uno de los bloqueos, la policía procedió a la detención de varios manifestantes, que fueron conducidos a dependencias judiciales y multados una vez allí. Aún sabiendo que muchos de los códigos penales o civiles de distintos países tipifican la desobediencia a la autoridad como falta o delito, muchos de los manifestantes anunciaron que no pensaban obedecer los requerimientos de la policía al proceder a su detención, sino que se limitarían a quedarse sentados o tumbados en el suelo.
Se trata de una de las mejores herramientas del desobediente civil; un tipo evidente de resistencia a la autoridad, con un modo de actuación escrupulosamente ético que esquiva el uso de la violencia y, a la vez, cumple con el famoso aforismo de Gandhi según el cual «la no-cooperación con el mal es un deber tan evidente como la cooperación con el bien »22.

La violencia, sin embargo, no es directamente reprovable desde el punto de vista ético, a juicio de Russell, sino que depende de las circunstancias23. Sin embargo, sí que se observa que, en su pensamiento, violencia y ética tienen un dificil encaje. Por un lado, en su libro La conquista de la felicidad, asegura:

Muy a menudo, [hay quienes] se engañan a sí mismos haciéndose creer que solo están preparando el terreno para después construir algo nuevo, pero por lo general es posible destapar este engaño, cuando se trata de un engaño, preguntándoles qué se va a construir después. Entonces se verá que dicen vaguedades y hablan sin entusiasmo, mientras que de la destrucción preliminar hablaban con entusiasmo y precisión. Esto se aplica a no pocos revolucionarios, militaristas y otros apóstoles de la violencia. Actúan motivados por el odio, generalmente sin que ellos mismos lo sepan; su verdadero objetivo es la destrucción de lo que odian, y se muestran relativamente indiferentes a la cuestión de lo que vendrá luego.24

Y la explicación se completa, más adelante, como sigue:

Supongamos que estamos metidos en una campaña política y trabajamos con todas nuestras fuerzas por la victoria de nuestro partido. Hasta aquí, bien. Pero a lo largo de la campaña puede ocurrir que se presente alguna oportunidad de victoria que conlleve utilizar métodos calculados para fomentar el odio, la violencia y la desconfianza. (…) Puede que gracias a ellos logremos nuestros propósitos inmediatos, pero las consecuencias a largo plazo pueden ser desastrosas.25

Puede concluirse de los extractos, a modo de síntesis, que la violencia nace del engaño (en el peor de los casos; del error, en el mejor de ellos) las más de las veces; y conduce, desde luego, a consecuencias negativas. Algo fruto del error y que se traduce en el desastre no es desde luego compatible con la ética.

La responsabilidad social del científico

Del mismo modo que se le exige al arquitecto, al hacer los planos, que lo que proyecte no termine por caerse a las primeras de cambio, se le debe poder exigir al intelectual que no se crea con patente de corso para decir cualquier cosa sin antes reflexionar en torno a todas las dimernsiones que le sea posible. Por supuesto, también, de hecho particularmente, el científico debería reflexionar sobre la dimensión social en lo que trabaja. Si bien es cierto que la ciencia es algo instrumental, no todos los intstrumentos sirven por igual a cualquier fin. Tampoco es cierto que se haga ciencia de la misma manera pensando en un fin ético que teniendo intenciones perversas detrás. Y, finalmente, no se puede afirmar que la ciencia se materialice de una manera invariable con independencia de si está en unas manos o está en otras. Hay margen de maniobra, en fin, más que suficiente, como para que el cintífico reflexione en torno a todos estos elementos; a cambio, quien renuncie a hacerlo no puede escudarse en un supuesto carácter neutral de las disciplinas cientificas que queda falsado por la evidencia precisamente de la existencia de este margen.

Bertrand Russell es un ejemplo de compromiso con este principio. En este sentido, el personaje de Russell tiene una doble naturaleza: filósofo y político, en en sentido más amplio y más noble de la palabra «política». No es solo el hecho de que Russell es consciente de que el científico debe cuidar de la responsabilidad social de su obra, es que dedica parte de su obra de manera directa a la filosofía moral.

Manifiesto Russell-Einstein

La posibilidad de acabar literalmente con el planeta Tierra que los seres humanos tienen en su mano, por primera vez, tras los avances que se suceden una vez lanzadas las dos bombas atómicas, constituye sin ninguna duda un cambio de paradigma en toda regla, por lo menos en lo que se refiere a la reflexión sobre la paz. Nunca hasta ese momento la Humanidad como especie biológica había estado amenazada de tal manera.

Es por esa razón que Russell redacta un manifiesto en el que se pone sobre la mesa la preocupación que este hecho le causa, y acto seguido contacta con Einstein para averiguar si comparten la inquietud y se puede presentar un texto conjunto firmado por eminentes científicos, a ser posible, provinientes de países en hostilidad manifiesta y también de países neutrales. Einstein accedió26.

El futuro del mundo, que evidentemente está por construir, aparece en el texto a modo de disyuntiva: «¿Pondremos fin a la raza humana; o la humanidad renunciará a la guerra?»27 Ello constituye lo vertebrador de la parte argumentativa del Manifiesto, pero, para concluir, hay una parte dispositiva:

En vista del hecho de que en cualquier futura guerra mundial las armas nucleares serán sin duda empleadas, y que esas armas nucleares amenazan la continuidad de la existencia del ser humano, urgimos a los Gobiernos del mundo a tomar conciencia, y a reconocer públicamente, que sus propósitos no pueden alcanzarse por medio de una guerra mundial, y los instamos, en consecuencia, a encontrar medios pacíficos para la solución de todo conflicto o disputa entre ellos.28

Este Russell redactor del Manifiesto es el mismo Russell que sabe perfectamente que «una de las más obvias [maneras de clasificar el poder], diria yo, es la de la aplicación directa de la fuerza para dominar a las personas. Este es el poder de los ejércitos y de las fuerzas de policía»29. Un manifiesto que apela al comportamiento ético y a la concienciación y movilización de la opinión pública contra lo que da poder al poder no deja de ser un desafío.

Conferencias Pugwash y la CND

Al fin y al cabo, con toda probabilidad, para un poder ejercido del modo que critica Russell, probablemnete es más fácil perpetuarse si grupos influyentes como los científicos reununcian a reflexionar sobre su responsabilidad social: qué se investiga, para qué, y en qué manos acaba la investigación.

Del empuje del Manifiesto surgieron las Conferencias Pugwash, que tenía (y tiene aún) como propósito reunir a los científicos con conciencia y procupación social, y en particular por «reducir el peligro de conflictos armados y buscar soluciones desde la cooperación a problemas globales»30, según se puede leer actualmente en su página web.

Es especialmente significativa la contundencia de las palabras con las que el físico Joseph Rotbalt abre su discurso Las múltiples caras de la conciencia social de los científicos 31, dedicado precisamente a las Conferencias Pugwash de las que él mismo era participante. Lo son porque constituyen un testimonio especialmente eloqüente del espíritu que motivó la aparición de esta organización, aunque esten escritas 37 años después de la primera de las Conferencias:

Los científicos no pueden vivir aislados de otros grupos sociales que, junto con ellos, forman la comunidad mundial, ni pueden ignorar los acontecimientos que afectan a la sociedad, particularmente aquellos que surgen del mundo de la ciencia. Las torres de marfil en que alguna vez pretendieron vivir, fueron finalmente derruidas por la presión y calor de la bomba de Hiroshima. En esta era nuclear, cuando el mal uso de la ciencia literalmente puede destruir toda la civilización, los científicos no deben evadir por más tiempo su responsabilidad con la sociedad, escudándose en frases como: «la ciencia debe desarrollarse por su propio valor»; «la ciencia es neutral»; «la ciencia no tiene nada que ver con la política»; «a la ciencia no se le puede culpar por su mala aplicación»; y «los científicos son sólo trabajadores técnicos». 32

Por otro lado, en el marco de la Campaña para el Desarme Nuclear (identificada por sus signas en inglés: CND), llevada a cabo en paralelo a las Conferencias Pugwash, Russell aglutinó en una suerte de plataforma, de la que fue presidente, a distintos grupos que compartían de preocupación por la amenza del avance de la tecnología militar nuclear. La experiencia acumulada en la CND y en las Conferencias Pugwash fue lo que persuadió a Russell de que había que pasar el testigo a otra clase de estructura u organización que implicara la movilización masiva. Tal fue el propósito que explica que surgiera el Comité de los 10033.

Comité de los 100

De todos los, por llamarlos como hemos estado haciendo hasta ahora, desafíos al poder establecido en los que participa Russell, probablemente el del Comité de los 100 fuese el más directo.

Efectivamente, corrió a cargo del Comioté de los 100 la organización de distintos actos de desobediencia civil con el objetivo de alertar a la opinión pública sobre la inminencia del peligro. Bien es cierto que hubo voces críticas con la actuación de Russell, voces que nuestro filósofo trató de responder en un artículo titulado La desobediencia civil y la amenaza de la guerra nuclear34.

El nucleo central de la argumentación pretende rebatir una opinión extendida entre los críticos, según la cual no es moralmente aceptable desobedecer las leyes de los estados democráticos, siendo así que el propio Russell acepta que «Sin ley una comunidad civilizada es imposible. Donde haya una general falta de respeto por la ley, seguro que se seguirán todo tipo de consecuencias perniciosas.»35 Replica Russell que «Hay muchos casos en los que gobiernos nominalmente democráticos dejan de hacer efectivos principios que los amigos de la democracia respetarían.»36 y que para valorar si algo es ético o no, por encima de la obediencia a un código a modo de Decálogo que, por su propia naturaleza, no puede ser adecuado de forma universal, está la posibilidad de valorar los efectos y las consecuencias de nuestras acciones, para ver hasta qué punto son éticas.

También hay en el texto razones de índole prática para apoyar la desobediencia civil, que tienen que ver con la necesidad de hacer saber a una ámplia opinión pública la importancia del peligro en un período corto de tiempo o la dificultad de comunicar una verdad: «Cuando es difícil averiguar la verdad, existe una tendencia natural a creer lo que afirman las autoridades oficiales. Especialmente en aquellos casos en que esto permite a la gente considerar sus inquietudes innecesariamente alarmistas y rechazarlas.»37

Todo eso no obstante, no olvida Bertrand Russell, a la hora de justificar la existencia del Comité de los 100, destacar la argumentación que brilla por su contenido ético-político: «por encima de todas las consideraciones políticas, está la determinación de no ser cómplices del peor crimen que la humanidad haya contemplado jamás.»38

Conclusiones

Tal y como se ha comentado hasta ahora, en el modo particular de Bertrand Russell de entender las relaciones de poder y las relaciones de autoridad, y en el modo particular de reflexionar sobre las herramientas posibles de actuación política, el pensamiento de este filósofo presenta al menos los siguientes elementos de que que podríamos llamar antiautoritarismo:

  1. se busca la protección del valor, la dignidad y la iniciativa personal del individuo frente a estructuras (de poder, de autoridad) pretendan encorsetarlo, sin perder de vista un necesario equilibro y
  2. se valora la autonomia, la organización en estructuras pequeñas y el radicalismo democrático con actención a valores éticos con el objetivo, declarado de manera explícita o no, de evitar al máximo posible que el individuo sienta que recibe imposiciones, a la vez que se deja la puerta abierta a la intervención del conjunto sobre el individuo para aquellos casos en los que no haya más remedio.

Por otro lado, las iniciativas de actuación política al frente de las cuales estuvo Russell estan impregnadas irremediablemente de tintes antiautoritarios: van dirigidas hacia las herramientas de perpetuación del poder y tienen en la desobediencia su principal baza.

Bibliografía

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1Acerca del escepticismo. En: El FAQ de la lista escépticos. Santiago Arteaga. ARP – Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. 1999. <http://www.arp-sapc.org/listas/faq.html#escept>.

2¿Y si no me gustan las implicaciones políticas del escepticismo? En: El FAQ de la lista escépticos. Santiago Arteaga. ARP – Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. 1999. <http://www.arp-sapc.org/listas/faq.html#escept>.

3Autoridad e individuo. Bertrand Russell. Fondo de Cultura Económica. México; Buenos Aires, 1949.

4Ibídem.

5Se refiere a Russell como «pesimista biológico» y como «pesimista platónico» en distintas ocasiones el biógrafo J. F. Yvars en: Bertrand Russell. J. F. Yvars. Edicions 62. 1991, Barcelona. Págs. 97 y ss.

6La meva concepció del món. Bertrand Russell. Edicions 62. 1976, Barcelona. Pàg. 47.

7Autoridad e individuo. Bertrand Russell. Fondo de Cultura Económica. México; Buenos Aires, 1949.

8Siempre hay que contar con la natural inclinación de ciertos humanos al ejercicio del poder. En este sentido, de ningún modo la eficacia puede ser arguida como cortapisa de la legitimidad que da la democracia: «Desde luego, frecuentemente es necesario tomar decisiones sin esperar los resultados de un lento proceso democrático, pero siempre debe haber posibilidades, por una parte, para decidir democráticamente trayectorias generales, y por otra, para criticar los actos de los funcionarios sin temor a sufrir castigos por ello. Puesto que es natural que los hombres enérgicos amen el poder, es de suponer que, en la mayoría de los casos, los funcionarios deseen tener más poder del que es debido. Por tanto, en toda gran organización existe la misma necesidad de vigilancia democrática que en el campo político.» Autoridad e individuo. Bertrand Russell. Fondo de Cultura Económica. México; Buenos Aires, 1949.

9Ibídem.

10Ibídem.

11Ibídem.

12Ibídem.

13Teoria y práctica del bolchevismo. Bertrand Russell. Ariel. 1968, Esplugues de Llobregat (Barcelona). Pág. 11 y ss.

14Ibídem. Pág. 48 y ss.

15Autoridad e individuo. Bertrand Russell. Fondo de Cultura Económica. México; Buenos Aires, 1949.

16Ibídem.

17La desobediencia civil. María José Falcón y Tella. Marcial Pons, ediciones jurídicas y sociales. 2000, Paracuellos del Jarama (Madrid). Págs. 21 y ss.

18La meva concepció del món. Bertrand Russell. Edicions 62. 1976, Barcelona. Pàg. 85.

19Ibídem. Págs. 86 y ss.

20Autoridad e individuo. Bertrand Russell. Fondo de Cultura Económica. México; Buenos Aires, 1949.

21La campaña de desobediencia civil a favor del desarme. Tristán La Rosa. La Vanguardia. 1961, Barcelona. Pág. 19.

22Recogido en: Por la vida, la paz y el desarme: no pagues impuestos para la guerra (1982). Asamblea Andaluza de Noviolencia. En: En legítima desobediencia. Alternativa antimilitarista – moc. Traficantes de Sueños. 2002, Madrid. Pág. 161.

23Bertrand Russell, pensamiento y actuación para la paz en el mundo nuclear. Jordi Mir Garcia. En: Filosofia de la paz. Francisco Fernández Buey, Jordi Mir y Enric Prat (eds.). Icaria. 2010, Barcelona. Pág. 227.

24La conquista de la felicidad. Bertrand Russell. Debolsillo / Random House Mondadori. 2003, Barcelona.

25Ibídem.

26Bertrand Russell, pensamiento y actuación para la paz en el mundo nuclear. Jordi Mir Garcia. En: Filosofia de la paz. Francisco Fernández Buey, Jordi Mir y Enric Prat (eds.). Icaria. 2010, Barcelona. Págs. 218 y ss.

27Manifiesto Russell-Einstein. Bertrand Russell; Varios autores. Textos de economía, paz y seguridad, Vol 1, Nº 3 (junio 2008). <http://www.eumed.net/rev/tepys/03/re.htm>.

28Ibídem.

29La meva concepció del món. Bertrand Russell. Edicions 62. 1976, Barcelona. Pàg. 47.

30 About Pugwash. Pugwash Conferences on Sicence and World Affairs. pugwash.org <http://www.pugwash.org/about.htm>.

31Las múltiples caras de la conciencia social de los científicos. Joseph Rotbalt. Revista Ciencias (Facultad de Ciencias, UNAM). Número 36 Ocrubre-Diciembre 1994. <http://www.journals.unam.mx/index.php/cns/article/view/11423/10748>.

32Ibídem.

33Bertrand Russell, pensamiento y actuación para la paz en el mundo nuclear. Jordi Mir Garcia. En: Filosofia de la paz. Francisco Fernández Buey, Jordi Mir y Enric Prat (eds.). Icaria. 2010, Barcelona. Págs. 222 y ss.

34La desobediencia civil y la amenaza de guerra nuclear. Bertrand Russell. Insumissia – Antimilitaristas.org. 2005. <http://www.nodo50.org/tortuga/Bertrand-Russell-La-desobediencia>.

35Ibídem.

36Ibídem.

37Ibídem.

38Ibídem.